Significado de la palabra “Biblia”
La palabra “Biblia” viene originalmente del latín y significa “libros”. Esta palabra, a su vez, proviene del griego “BIBLION”, que se refiere a “papel, papiro o un rollo”. La Biblia es una colección de sesenta y seis libros o cartas, como una mini “biblioteca” en un volumen.
Cartas novotestamentarias reconocidas como “escrituras”
Como se mencionó en un artículo anterior, cuando el apóstol Pedro escribió su segunda carta (alrededor del 67 d.C.), la mayoría, si no todas, las cartas de Pablo ya habían sido escritas y distribuidas entre las iglesias. En 2 Pedro 3:16, Pedro indica claramente que consideraba que los escritos de Pablo tienen la misma importancia que “las otras Escrituras”. Este hecho se destaca aún más cuando consideramos que Pablo fue el escritor de trece o catorce libros del Nuevo Testamento.
Pablo mismo se refiere a lo que había escrito como “mandamientos del Señor” (1 Corintios 14:37) y les dijo a los cristianos en Tesalónica que estuvieran firmes y que retuvieran la doctrina que habían aprendido, fuera por palabra, o por carta suya (2 Tesalonicenses 2:15).
En 1 Timoteo 5:18, donde Pablo dice: “Digno es el obrero de su salario”, en realidad está citando Lucas 10:7. Lo que es aún más impresionante es que él llama a lo que Lucas escribió “Escritura”, poniéndolo así en el mismo nivel de importancia que Deuteronomio 25:4. Lo que todo esto significa es que el evangelio de Lucas ya estaba en circulación cuando Pablo escribió su primera carta a Timoteo (62-64 d.C.) ¡y ya había sido reconocido como la palabra de Dios!
La habilidad milagrosa de identificar los escritos inspirados
La respuesta a nuestra pregunta sobre qué libros deberían considerarse como “Escrituras” también se encuentra, al menos en parte, en los dones espirituales que Dios dio a los cristianos fieles cuando la iglesia estaba en su infancia (1 Corintios 12:8-10) . Uno de estos dones fue el “discernimiento de espíritus” (1 Corintios 12:10), o la capacidad milagrosa de distinguir entre un profeta verdadero y un profeta falso. Esto también se aplicaría a cualquier carta o libro escrito por tales profetas. (Comparar 1 Juan 2:20,27.)
No fue necesario esperar hasta que el papa Dámaso encargara la edición de la Biblia conocida como La Vulgata (383 d.C.) para saber qué cartas eran de Dios y cuáles cartas eran falsas. Del mismo modo, la humanidad no tuvo que esperar hasta el Concilio de Trento (1545-1563 d.C.) para saber qué cartas deben considerarse como inspiradas y cuáles no.
“Probad los espíritus”
Antes de que se completara el Nuevo Testamento, nuestro Dios omnipotente y amoroso proporcionó una manera por la cual los primeros cristianos podían discernir entre la enseñanza verdadera y la falsa. Después de su finalización (96 d.C.), uno podría “probar los espíritus” (o profetas) comparando sus enseñanzas y/o escritos con lo que había escrito Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo, Santiago, Pedro y Judas, los ocho escritores inspirados del Nuevo Testamento.
El apóstol Juan escribió: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. … el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error” (1 Juan 4:1,6).
En 2020 las cosas no han cambiado. Dios todavía quiere que los cristianos “prueben los espíritus” por comparar todas las enseñanzas religiosas con lo que han escrito los apóstoles y profetas del primer siglo.
–Jerry Falk