La “comida” favorita de Jesús
En una ocasión, Jesús dijo a sus discípulos: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).
Al pasar por Samaria, Jesús se sentó junto a un pozo (Juan 4:6). El mismo versículo dice que el Señor estaba cansado del viaje. (Él y sus seguidores habían caminado muchos kilómetros). Era la hora del almuerzo y los discípulos se habían ido a comprar alimentos, dejándolo solo. Más específicamente, “era como la hora sexta”, el mediodía, cuando el sol estaba en su punto más caluroso. Después de sentarse, vino una mujer samaritana y Jesús le pidió agua.
Los discípulos dejaron a Jesús cansado, con hambre, con calor y con sed. Cuando volvieron, lo encontraron refrescado, recargado, rejuvenecido y vigorizado. Ellos se preguntaron: “Le habrá traído alguien de comer?” (Juan 4:33). Pero no fue el descanso ni la comida ni el agua ni la sombra lo que le dio a Jesús tanta energía.
Fue la oportunidad de hacer la voluntad de Dios, de predicar a una mujer que necesitaba la salvación. Jesús mismo disfrutaba del agua viva que llegó a ser “en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14) y no necesitaba en ese momento la comida que le habían traído los discípulos.
Nuestros deseos físicos y la voluntad de Dios
¿Qué de nosotros? Parece que muchas veces no podemos seguir trabajando para el Señor sin primero satisfacer los deseos físicos tan simples como el hambre, el cansancio, la sed o el calor. Hacemos más caso a nuestra incomodidad física que a hacer la voluntad de Dios.
Tengamos cuidado para no dejar que nuestros deseos físicos nos priven de las oportunidades que Dios nos da para servirle en el reino. En vez de esto, disciplinémonos para vencer estos obstáculos, aprovechando el privilegio que Dios que nos ha concedido para llevar a cabo su obra.
–Brigham Eubanks