Pocos choques entre el cristianismo y la ética popular son más acalorados que la esfera de la sexualidad. El evangelio establece la relación sexual de forma única en el “lecho matrimonial” (Hebreos 13:4, LBLA). Actualmente, la sociedad no establece ningún estándar más alto que el consentimiento mutuo. Para quien mantiene un concepto tan trivial de esta actividad humana, la más íntima de las relaciones humanas, el cristianismo puede parecer represivo.
Pasajes bíblicos sobre el tema
Desde las primeras páginas de las Escrituras, es evidente que todo tipo de intimidad y unidad es un regalo de Dios para el esposo y la esposa. Génesis 2:24-25 declara que “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”.
Más adelante, en cuanto a la fidelidad sexual, el sabio escritor de Proverbios instó a su hijo con estas palabras: “regocíjate con la mujer de tu juventud … su amor te embriague para siempre” (Proverbios 5:18-19, LBLA). ¡Él alienta a esta pareja a participar en el romance y la intimidad hasta el punto de “embriagarse”!
Esta relación sexual ideal, donde cada cónyuge busque desinteresadamente complacer al otro en el amor, se resume bien en un pasaje del Nuevo Testamento: “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer” (1 Corintios 7:4). Tal entrega de uno mismo en amor y confianza es una defensa contra la infidelidad y promueve la unidad entre el esposo y la esposa en todos los sentidos. La pareja cristiana que pone en práctica estos principios disfruta de un don de Dios que es noble, puro y satisfactorio.
¿La “libertad” sexual lleva a la realización propia?
El mundo ofrece un camino muy diferente. Efesios 4:19 señala que aquellos que no conocen al verdadero Dios han llegado a ser “insensibles” y que “se entregaron a la sensualidad para cometer con avidez toda clase de impurezas”. Seguir la corriente del mundo significa desear satisfacer todos los impulsos de manera codiciosa. Pero en vez de satisfacción, esta búsqueda sólo crea más hambre. La lujuria jamás puede satisfacer por completo, porque por definición siempre quiere lo que no tiene. ¿De verdad queremos vivir de acuerdo con esta regla? ¿No es recibir un regalo de Dios y aprender a contentarnos con él mucho mejor?
El apóstol Pedro advierte contra aquellos que promueven desvergonzadamente rendirse ante todo deseo carnal: “Les prometen libertad, mientras que ellos mismos son esclavos de la corrupción, pues uno es esclavo de aquello que le ha vencido” (2 Pedro 2:19). Las vidas de algunos están gobernadas por instintos animales. Ni siquiera son dueños de su propio cuerpo.
Dios nos restringe por nuestro bien
En este sentido, los límites de Dios en la expresión sexual son claramente para nuestro bien y nos salvan de un gran daño. Lejos de negarnos la diversión, él está actuando tal como debería un padre cariñoso, restringiéndonos de las actividades que nos lastiman y ofreciéndonos una verdadera satisfacción por el deseo que nos brindó gentilmente.
–Brigham Eubanks