Existe un callejón en pleno centro de Sevilla, España, en el Barrio de Santa Cruz, donde usted podrá encontrar una casa con una fachada bastante curiosa. Todo el exterior de la casa está pintada, menos una fila de más de una docena de piedras de molino. Cada una tiene más de un metro de diámetro y entre 25 y 40 centímetros de espesor. (Las dimensiones exactas son desconocidas, ya que están empotradas en el muro de la casa.) Se calcula que cada rueda pesa más de 1,500 kilos.
El peligro de ser un tropiezo
Esto nos ayuda a entender un poco mejor las palabras de Jesús cuando dice que “ al que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar” (Mateo 18:6, LBLA). ¡La idea de tener una rueda de estas dimensiones colgada a nuestro cuello y ser echado en el océano no es ninguna broma!
Es un pecado muy grave cuando alguien, inconverso o cristiano, es tropiezo para los que creen en Cristo. ¿Cómo puede tal persona “mantenerse a flote” ante Dios cuando por su mal ejemplo enseña a otros a rebelarse contra él?
“Ningún hombre es una isla”
El hombre egoísta y orgulloso cree que puede vivir como le plazca y que los demás no se verán afectados por sus acciones. Sin embargo, no es posible existir en este mundo sin surtir un efecto en los demás, para bien o para mal.
En las palabras del poeta inglés John Donne (1572-1631), “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Nos guste o no, ¡nuestras acciones tienen un impacto en quienes nos rodean! Lo que decimos, lo que hacemos e incluso la forma en que nos vestimos puede afectar a los demás. Con esto en mente, también haríamos bien en valorar el poder de nuestro ejemplo cuando estamos en línea. Podemos llevar a otros a Cristo con nuestras “publicaciones” o podemos alejarlos.
–Jerry Falk