“¿Sabes lo que es estar en el corredor de la muerte por QUINCE DÍAS?”–preguntó mientras yo limpiaba el polvo que se había acumulado en mi coche después de un largo período de sequía. Román, un vecino que siempre estaba dispuesto a echar una mano, estaba ansioso por hablar con alguien y, por casualidad, yo era uno de los pocos en nuestra calle de Sevilla que no tomaba una siesta esa tarde. Me dijo que en la década de los cincuenta un tribunal militar les había encontrado a él y a otros soldados españoles culpables de sabotaje. “Tenía la sentencia de muerte sobre mi cabeza por QUINCE DÍAS”, insistió de nuevo, tal vez buscando simpatía.
Me impresionó bastante su historia, pese a mi lentitud en responder. Finalmente, mientras me movía alrededor del coche, le dije que “cada hombre y mujer que practica el pecado ya ha experimentado la pena de muerte de una manera mucho más seria” (Ezequiel 18:4,20; Santiago 1:15). “Cuando el hombre peca, se separa de Dios y muere espiritualmente” (Génesis 2:17; 3:6,24; Isaías 59:2). Román asintió con la cabeza, pero de inmediato cambió la conversación a su anécdota de guerra. Al reflexionar sobre la falta de voluntad de la mayoría para abrir sus ojos a su verdadera condición espiritual, recuerdo que debemos verles como realmente son. Necesitamos ver el mundo como Dios lo ve.
El progreso contra la ruina
El mundo se ve a sí mismo en un estado de progreso mientras niega la realidad de sus defectos espirituales. Si bien es cierto que hemos sido bendecidos por los avances en la medicina y la tecnología, el hombre sigue sufriendo el mismo problema: ¡EL PECADO!
Por más impresionante que pueda parecer el progreso del mundo, Dios ve a la humanidad bajo una luz diferente. Él ve el mundo en un estado de ruina espiritual. En su “Sermón del Monte”, Jesús le dijo a sus discípulos: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mateo 7:13). El mundo se gloría de “construir un mañana mejor” cuando todo lo que tiene son las vidas destrozadas por el pecado de innumerables millones para hacer el trabajo de construcción. Dios sabe que no importa cuán triunfantes sean los logros del mundo, sus seguidores no podrán vencer en el juicio final si sus vidas no se han construido sobre Jesucristo (Mateo 7:13,26,27; 1 Corintios 3:11).
La iluminación contra la oscuridad
El mundo se regocija ante las nuevas experiencias religiosas que niegan la necesidad de la sangre del Salvador (Efesios 1:7) y nos habla triunfalmente sobre la libertad de vivir sin restricciones, sin culpa, … sin Dios.
El mundo se ve a sí mismo en un estado de iluminación mientras niega la realidad de sus defectos espirituales. Dios percibe las cosas bajo una luz muy diferente. Él ve el mundo en un estado de ignorancia espiritual absoluta. “En el mundo estaba [Dios], y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció” (Juan 1:10). Poco antes de su muerte, Jesús predijo que el mundo perseguiría a sus apóstoles “porque no conocen al Padre ni a mí” (Juan 16:3). ¿Podría Jesús haber sido más contundente acerca de la ignorancia de Dios en el mundo?
La pura casualidad contra el propósito divino
El mundo se jacta de descubrimientos científicos que supuestamente demuestran que la vida puede surgir espontáneamente de la no vida, descartando así la necesidad del Creador. Dicen que somos la “colocación accidental de átomos” (Bertrand Russell) y el mero subproducto del limo primordial.
Dios tiene algo muy diferente que decir sobre esto también. Solo él ha hecho los cielos, “y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos” (Nehemías 9:6). Nuestra existencia aquí no carece de sentido; ¡hemos sido creados para la gloria de Dios (Isaías 43:7)!
El mundo se ve a sí mismo como los descendientes accidentales de los monos. Pero Dios percibe algo completamente diferente, algo demasiado maravilloso para que el hombre lo vea a simple vista. Cuando Dios mira al mundo, mira más allá de la carne, más allá de la máscara de autoconfianza, más allá de los reclamos de iluminación, más allá de las distinciones sociales hechas por el hombre, más allá de la raza, la edad o el género, y ve almas perdidas que no tienen precio, cada uno de igual valor (Hechos 10:34,35). De hecho, a los ojos de Dios, ¡el valor de sólo una que estas almas es más que todo lo que el mundo tiene para ofrecer! (Mateo 16:24).
–Jerry Falk