La palabra “convicción” se refiere a la certeza o resolución firme con la cual uno se adhiere a una creencia. Con respecto a los cristianos, es la seguridad que uno tiene de la verdad revelada a través de Jesucristo (Juan 14:6; Hebreos 1:2).
¿Creemos que la Biblia es la palabra de Dios? ¿Estamos completamente convencidos de que Jesús fue crucificado, sepultado y resucitado de entre los muertos al tercer día? ¿Nos adherimos firmemente a la idea de que la salvación se encuentra sólo en él? (Hechos 4:12). ¿Estamos convencidos de que somos miembros de la única iglesia verdadera que Jesús estableció hace casi dos mil años?
Necesitamos preguntarnos si somos hombres y mujeres de convicción o si hemos heredado la fe aguada de los demás. Aquellos que son cristianos de segunda, tercera y cuarta generación tienen el desafío adicional de asegurarse de que lo que creen no es simplemente lo que les han enseñado los demás, sino también el resultado de sus propios esfuerzos por conocer a Dios y su voluntad.
Moisés demostró que era un hombre de convicción en un tiempo en que muchos israelitas le habían dado la espalda a Dios (Éxodo 32:1-6). El profeta les dijo con firme resolución: “El que esté por el Señor, venga a mí” (Éxodo 32:26, LBLA). Aunque muchos se habían rebelado contra Dios, Moisés se negó a unirse a ellos.
De la misma manera, si estamos verdaderamente convencidos de que estamos por el Señor, alentaremos a las personas a que vengan a nosotros. Dios le dijo al profeta Jeremías: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jeremías 15:19).
Josué, el sucesor de Moisés, también demostró que era un hombre de convicción cuando dijo: “Y si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién habéis de servir: si a los dioses que sirvieron vuestros padres, que estaban al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa, serviremos al Señor” (Josué 24:15).
Ser hombres y mujeres de convicción significa servir a Dios fielmente, independientemente de si los demás cristianos continúan luchando o no con nosotros. A veces puede haber sólo unos pocos en la iglesia local “que no han manchado sus vestiduras” (Apocalipsis 3:4). ¡Esto no nos da el derecho de unirnos a las filas de los infieles!
El ejemplo de Josué también nos enseña que si estamos completamente convencidos de la verdad, compartiremos lo que sabemos con los demás. Tan fuerte fue la convicción de Joshua, que prometió ayudar a su esposa e hijos a ser fieles a Dios. ¡Aquellos que tienen una fuerte convicción hacen todo lo posible para llevar a otros al cielo con ellos!
Necesitamos tener la misma clase de convicción que demostró el apóstol Pablo cuando dijo: “…no me avergüenzo; porque yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día” (2 Timoteo 1:12).
La verdadera convicción significa nunca avergonzarse de la palabra de Dios (Romanos 1:16) ni de Cristo (Lucas 12:8-9). Los que tienen esta mentalidad están convencidos de que recibirán la corona incorruptible de la vida (2 Timoteo 4:8) y, como Pablo, no apartan la vista de esta meta (Colosenses 3:1-2; Filipenses 3:8-14).
–Jerry Falk