Como cristianos, nos enfrentamos a muchos adversarios espirituales que quieren apagar nuestra luz y hacer que nuestra sal se vuelva insípida. Uno de los enemigos más formidables que libra la guerra contra la iglesia del Señor es la mundanalidad.
Nuestro adversario, Satanás, quiere que seamos exactamente como el mundo. Él sabe que si nuestro comportamiento diario se mancha con prácticas mundanas, los que están buscando sinceramente la verdad no nos podrán distinguir de los que no conocen a Dios. De esta manera, no sólo pondremos en peligro nuestra salvación sino que también seremos incapaces de guiar a los demás al Señor.
Se ha dicho que el problema más grande que enfrenta a los cristianos hoy día no es que haya pocas iglesias fieles en el mundo sino que hay demasiado mundo en las iglesias.
La palabra “mundo” tiene varios significados, pero en cuanto a esta reflexión, se refiere a “la esfera entera de los bienes terrenales, dotaciones, riquezas, ventajas, placeres, etc., los cuales aunque vacíos y frágiles y pasajeros, despiertan el deseo, apartan [al hombre] de Dios y son estorbos a la causa de Cristo” (Thayer).
La mundanalidad, pues, es el resultado de dar demasiada importancia a las cosas y prácticas de este mundo. No es simplemente imitar las cosas pecaminosas de los que son del mundo. También, es enfocarse demasiado en las cosas terrenales en vez de tener la vista puesta principalmente en las cosas espirituales (Mateo 6:19-21; Colosenses 3:1). Es olvidarse de que los cristianos somos peregrinos y que sólo estamos aquí de paso.
Santiago nos dice que tenemos que guardarnos “sin mancha del mundo” (Santiago 1:27). La idea de “guardarse” es de suma importancia. Se debe guardar “con desvelo celoso, al mismo tiempo orando y dependiendo de Dios como el único que puede guardarnos” (A.R. Fausset).
Jesús oró por sus discípulos para que Dios los guardara del mal (Juan 17:14-16). Dios es poderoso para “guardarnos” pero nosotros tenemos que poner de nuestra parte también. ¡Somos guardados sin mancha del mundo por el poder de Dios mediante una fe activa y obediente (1 Pedro 1:5)!
–Jerry Falk