Antes de que Simón Pedro llegara a ser apóstol de Jesús, era pescador de profesión. Había oído las enseñanzas de Jesús y le respetaba, pero no había comprendido completamente su poder y gracia hasta un día extraordinario que se nos registra en Lucas 5:1-11.
Pedro, el pescador profesional, y sus compañeros de trabajo acababan de pasar toda la noche pescando y se quedaron con las manos vacías. Se dieron por vencidos y lavaban sus redes. Imagínese sus dudas cuando Jesús – un carpintero! – insistió en que salieran y que lo intentaran de nuevo. Pero cuando lo hicieron, tantos peces se lanzaron hacia las redes de manera que empezaron a romperse y amenazaron con hundir las barcas.
Pedro no pasó por alto la importancia de este suceso. Jesús no tuvo un golpe de suerte; ¡ejerció control sobre la naturaleza! ¿Cuál fue la reacción de Pedro ante este Ser con poder divino? Quizá no sea la que esperábamos. Se postró ante Jesús y gritó: “¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!” (Lucas 5:8, LBLA).
Así, el sentimiento predominante avivado en Pedro era un sentido de su propia indignidad y pecaminosidad ante la presencia del Señor. Que lo pensemos o no, si fuéramos transportados de inmediato a la presencia de Dios, esta también sería nuestra sensación principal: no sentirnos débiles ante su poder, ni estúpidos ante su sabiduría, ni fugaces ante su inmortalidad, sino pecaminosos ante su santidad. Es la única desigualdad o fracaso que amenaza nuestro derecho de estar ante él; por definición, estamos por debajo de él en las otras categorías, pero él tenía el derecho de esperar la obediencia y no hemos cumplido con nuestro deber. Este reconocimiento produjo “temor” (Lucas 5:10) en Simón: temor al castigo, a la alienación, a la inutilidad.
El temor más profundo del corazón de Pedro estaba expuesto, revelado a todos, especialmente a sí mismo. ¡Tampoco se equivocó al sentirse así! Qué conmovedor debía haber sido para él, en ese momento, oír la voz de Jesús mandar: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lucas 5:10). Parafraseando, sería algo como: “lo que temías, ya no lo tendrás que temer. No te castigaré ni te desterraré en tus pecados, sino todo lo contrario, te perdonaré y haré que seas algo útil”.
Jesús vio en Pedro un corazón humilde y sensible. Para alguien así, su misericordia es más que abundante.
Ahora este recipiente de la gracia se convertirá en un predicador de la gracia. La responsabilidad que Jesús le dio – la de ser “pescador de hombres” – era un deber difícil, pero la salvación de las almas es una clase de trabajo tan sublime que nada menos que el Hijo de Dios encarnado se dedicaba a ello.
¿Qué clase de persona busca el Señor para trabajar junto a él? En la barca de Pedro no había oro ni espada; no mandaba a ningún pueblo ni ejército; no era sabio ni noble según los estándares mundanos. Era un hombre que reconocía que era pecador. Como tal, iba a necesitar una paciencia constante, ya que era destinado a demostrar su debilidad a menudo y en los momentos más inoportunos. Los requisitos para el discipulado, tan diferentes de las cualificaciones mundanas, eliminan cualquier oportunidad para jactarse y muestran que la elección de Dios de quiénes serán su servidores es un resultado de su gracia, no de nuestra dignidad.
En el siguiente versículo, Pedro y los otros hombres elegidos que estaban con él mostraron el carácter poco común que se considera tan precioso a los ojos de Dios. “Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). Respondieron con fe y obediencia. No preguntaron: “¿Cuánto tiempo estaremos de viaje? ¿A dónde vamos? ¿Cuánto es el salario?” Sus pies tocaron tierra seca y obedecieron. ¡Ni siquiera hubo una última venta grande de pescado en el mercado! Dejaron su negocio y una fuente segura de ingresos. Siguieron a Jesús, acompañándole e imitándole.
Esta historia es rica en buenas noticias. Jesús conoce mejor que usted su culpabilidad e indignidad. Aun así, le ama y quiere que viva a su lado y que sea un participante de su propósito eterno. Sí, él le llama a confiar y obedecerle en plena rendición, incluso sin saber todo lo que conlleva. Pero nuestras vidas y futuros no podrían estar en manos más dignas.
–Brigham Eubanks