Al principio de su ministerio público, dice el apóstol Juan que Jesús “encontró en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó a todos fuera del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí; no hagáis de la casa de mi Padre una casa de comercio. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: EL CELO POR TU CASA ME CONSUMIRÁ” (Juan 2:14-17, LBLA).
Jesús no dejó que los judíos corrompieran la casa de su Padre. Era “casa de oración para todas las naciones” (Marcos 11:17), pero la estaban tratando como si fuera una “casa de comercio” (Juan 2:16, LBLA).
El Padre tampoco dejó que se corrompiera el verdadero templo de Dios. Jesús era la morada de Dios en la carne (Juan 2:21). Cuando los judíos le crucificaron, el Padre no le abandonó sino que resucitó a Jesús físicamente para que su carne no viera corrupción (Hechos 2:31).
¿Seguimos nosotros el ejemplo del Padre y del Hijo? O sea, ¿nos consume el celo de su casa?
Según 1 Corintios 3:17, la verdadera casa de Dios es la iglesia o el grupo de los salvos. La iglesia tiene el propósito sublime de llevar el mensaje de la salvación a este mundo perdido. La única “carnada” usada por estos “pescadores de hombres” era la palabra de Dios (Lucas 8:11; Marcos 16:15; Hechos 8:4). También, la iglesia tiene el propósito de edificar o promover el crecimiento espiritual de los que ya son cristianos por medio de la enseñanza de la palabra de Dios (Hechos 20:32; Efesios 4:11-16; 1 Corintios 14:26). Por último, tiene la responsabilidad de proveer para los hermanos necesitados (Romanos 15:25-26; 1 Corintios 16:1).
Si nos quedamos con los brazos cruzados mientras otros se esfuerzan por corromper la verdadera naturaleza de la iglesia con el comercio, el recreo y otras actividades sociales, no podemos decir que nos consume el celo de su casa. ¡Debemos purificar el templo de estas cosas!
Sin embargo, puede que guardemos a la iglesia de la corrupción doctrinal, pero ¿cómo nos va a la hora de quitar la corrupción de nuestros propios cuerpos, que también son templos de Dios (1 Corintios 6:19)? No sirve predicar la doctrina correcta en la iglesia, donde Dios mora, sin también deshacernos de las inmundicias de la carne, donde Dios igualmente mora.
–(Adaptado) Brigham Eubanks