Un hombre, su hijo y un burro
Hay una vieja fábula sobre un hombre y su hijo que caminaban junto a su burro mientras se dirigían al mercado. Un transeúnte los ridiculizaba por caminar y no montar en el burro. Entonces, el padre puso a su hijo en el burro y caminaba junto a él. La siguiente persona que vieron regañó al hijo “perezoso” por hacer caminar al pobre padre mientras él montaba. Entonces, cambiaron de lugar, pero la siguiente persona a la que pasaron criticó al padre por hacer que el “pobre niño” caminara. Entonces, ambos se subieron al burro, pero luego alguien se molestó por la sobrecarga del “pobre animal”. Finalmente, el padre y el hijo, desesperados por complacer a la gente, ataron los pies del burro a un palo y cargaron al animal sobre sus hombros. Sin embargo, los que los encontraron en el camino al Puente del Mercado se rieron con desprecio porque llevaban el burro.
No es posible agradar a todo el mundo
La moraleja obvia de este cuento es que nadie puede agradar a todos. Como cristianos, debemos esforzarnos por complacer a la persona cuya aprobación realmente importa, independientemente de si encontramos o no el favor de los demás.
Pensando en esto, el apóstol Pablo dijo: “¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10). Pablo sabía que no podía complacer tanto a los hombres como a Dios; así, eligió agradar a Dios.
Una tendencia humana
Sin embargo, existe un tremendo deseo de complacer a los demás, especialmente a los compañeros, para ganar su aprobación. Esto se debe a que la autoestima se basa en gran medida en la aprobación que uno recibe de los demás. Por otro lado, Dios es invisible (1 Timoteo 1:17). La única manera de estar seguro de tener su aprobación consiste en cumplir con su voluntad tal como se revela en su palabra.
Esto no es suficiente para muchas personas. No sólo quieren la aprobación audible y visible que sus amigos les pueden dar, sino que también quieren hacer lo que saben que sus amigos aprobarán. Incluso elegirán a amigos en función de si aprueban lo que quieren hacer.
Con esto en mente, no es tan sorprendente que el apóstol Juan dijera que muchas de las autoridades religiosas de su tiempo creían en Jesús, pero “a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Juan 12:42-43).
Lo que realmente importa es la aprobación de Dios
Cualquiera que quiera ir al cielo sólo necesita preocuparse por agradar a Dios y tener su aprobación. Si la vida de usted es agradable a Dios pero no recibe la aprobación de los demás, es problema de ellos, no de usted.
Debe recordar que quien se esfuerza por agradar a Dios no siempre puede complacer a quienes están en el mundo. La participación en las creencias y prácticas pecaminosas de este mundo es “enemistad contra Dios” (Santiago 4:4). En lugar de buscar la aprobación de los demás, su objetivo principal debe ser complacer al Señor. “Haz todo lo posible por ganarte la aprobación de Dios” (2 Timoteo 2:15, BLS).
–(Adaptado) Gary Eubanks