Un hombre estaba limpiando su escritorio y encontró un boleto de reparación de zapatos que tenía diez años. Pensó que no tenía nada que perder, por lo que fue a la tienda a recoger sus zapatos.
Presentó el ticket al reparador, que se había ido por varios minutos. Finalmente regresó y le dijo al hombre: “Encontré sus zapatos; estarán listos el viernes que viene”. — (Adaptado) Casa por casa corazón a corazón, Vol. 24, No. 1, pág. 7
Sin duda, hubo dos pensamientos que debían haber sorprendido al dueño de los zapatos. La primera fue que el taller de reparación de calzado había guardado sus zapatos durante diez años. La mayoría de las empresas habrían considerado tales artículos abandonados por sus propietarios y se habrían sentido con derecho a deshacerse de ellos de alguna manera. Sin embargo, lo que probablemente lo sorprendió aún más fue que, incluso después de diez años, la tienda todavía no había reparado sus zapatos.
El hombre se dio cuenta de que hubiera sido una tontería presentar una queja contra la tienda por no haber terminado el trabajo en diez años, puesto que él mismo había valorado tan poco sus zapatos que se había olvidado de ellos durante todo ese tiempo. Fue sólo cuando encontró el boleto que se acordó de ellos.
La moraleja de esta historia es obvia: difícilmente podemos esperar que otros consideren algo como importante si realmente no lo es para nosotros. Difícilmente podemos convertirnos en un estándar para los demás cuando el nuestro comportamiento no es diferente ni mejor.
El patriarca, Judá, pidió la ejecución de su nuera, la viuda y embarazada Tamar, hasta que se reveló que ella había concebido por él. Para su crédito, la liberó de la sentencia de muerte, diciendo: “Más justa es ella que yo” (Génesis 38:24-26). Además, cuando David expuso su hipocresía pidiendo el castigo de un hombre rico que había robado y matado al corderito de un hombre pobre, a pesar de que había tomado para sí mismo la esposa de Urías, acerca del cual había hecho arreglos para que le mataran, el profeta Natán le condenó con las palabras muy agrias: “Tú eres aquel hombre” (2 Samuel 12:1-7).
Por lo tanto, si queremos que otros se conviertan a Cristo, ¡primero debemos asegurarnos de que NOSOTROS hemos sido convertidos! Si queremos que los demás sean buenos, sinceros y justos, debemos ser iguales. Dondequiera y cuandoquiera busquemos mejoría, debemos comenzar a buscarla dentro de nosotros mismos. Si quisiéramos hacer de nosotros mismos una fuente que fluya con ánimo para la bondad refrescante que deseamos ver en los demás, debemos recordar que no se puede esperar que la bondad, como el agua, suba más que su fuente.
–Gary Eubanks