Hace años, mientras vivía en Barcelona, España, un predicador chileno mencionó una frase que nunca olvidaré. Dijo que “Jesús no le dijo a la gente lo que quería oír, sino lo que necesitaba oír”.
Un ejemplo perfecto de esto se encuentra en el sexto capítulo del evangelio de Juan. Después de que Jesús alimentó milagrosamente a una multitud de cinco mil, se dio cuenta de que le seguían, no porque creyeran en sus enseñanzas, sino porque los alimentó (Juan 6:26). Quizá creyeron que Jesús era un supermercado ambulante y que a partir de ese momento ya no tendrían que preocuparse más por trabajar para obtener su sustento. Su interés no era espiritual sino material. No valoraron el significado de los milagros como una señal de Dios de que Jesús es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.
Había al menos dos cosas que la multitud necesitaba oír: (1) deben venir a Jesús para recibir sus enseñanzas (Juan 6:44-45), no para comer, y (2) deben estar unidos con Cristo por medio de su muerte sacrificial (su “carne” y “sangre”) para recibir la vida eterna (Juan 6:53-58). Uno se aprovecha de este sacrificio y entra en una unión espiritual con Jesús al sumergirse en agua para el perdón de los pecados (Romanos 6:3-8; Hechos 2:38).
Asimismo, el predicador fiel del evangelio debe decirle a la gente no lo que quiere oír, sino lo que necesita oír. Él debe “predicar la palabra” y no satisfacer el “comezón de oír” (“caprichos”, versión Dios Habla Hoy) de los oyentes (2 Timoteo 4:2-3). Debe esforzarse por agradar a Dios con el mensaje que proclama y no a los oyentes (Gálatas 1:8-10).
Debe estar listo para decirle a la gente lo que necesita oír “a tiempo y fuera de tiempo”, es decir, sea conveniente o no. Según el escritor inspirado, Pablo, a veces los predicadores tienen que hablar sobre cosas que no les son agradables a las personas. Después de todo, a nadie le gusta oír que lo que está haciendo en su vida no disfruta de la aprobación de Dios.
Lo que realmente necesitamos es alguien que nos diga claramente lo que dice la palabra de Dios, incluso cuando el mensaje resalta nuestros pecados y nos alienta a arrepentirnos. Al igual que Jesús, un predicador fiel del evangelio siempre nos dirá lo que necesitamos oír porque es para nuestro propio bien.
–Jerry Falk