Cada vez que se menciona a Judas Iscariote en los evangelios, los escritores señalan que traicionó a Jesús. Este acto terrible lo definió para siempre en sus mentes, de modo que no pueden recordarlo sin recordar su traición.
Podríamos sentir la tentación de pensar que Judas fue un discípulo casual, plantado entre los doce apóstoles sólo para asegurar que las Escrituras se cumplieran. Sin embargo, la Biblia no evita hablar del hecho de que Judas disfrutó del mismo estatus que el resto de los doce (Lucas 22:3) y en Hechos 1:17 Pedro testifica que “era contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio”. Tenía un ministerio y apostolado del cual “se desvió” (Hechos 1:25, LBLA). Judas, junto con los otros apóstoles, recibió poder y autoridad de Jesús “sobre todos los demonios”, para sanar enfermedades y proclamar el reino (Lucas 9:1). Predicó y sanó como el resto de sus compañeros (Lucas 9:6) y durante tres años siguió a Jesús en el trabajo y las dificultades del ministerio del Señor. En todo ese tiempo, nunca suscitó sospechas entre sus compañeros de que podría desviarse ni mucho menos vender a su Maestro por dinero, de modo que cuando Jesús predijo que su traidor surgiría de este grupo cercano de amigos, ni un dedo señaló a Judas (Lucas 22:21-23). Incluso cuando Judas salió por la puerta de la última cena, los demás suponían que era por razones legítimas (Juan 13:21-29).
Dejemos, por lo tanto, que la historia de Judas nos sirva de fuerte advertencia contra varios peligros:
(1) Apartarnos
Al contrario de lo que muchos enseñan hoy, es posible que una persona salva vuelva al mundo y se pierda (2 Pedro 2:20-22). Teniendo en cuenta este hecho, debemos hacer un recuento sobrio de nuestros caminos con regularidad, para no repetir la triste historia de Judas (Hebreos 3:12).
(2) Estar sorprendidos al ver a otros apartarse
Tarde o temprano seremos testigos del desvío del cristiano al cual amamos o respetamos mucho. No debemos desanimarnos tanto por su traición que empezamos a poner en duda nuestra fe o propósito (2 Timoteo 2:16-18).
(3) La avaricia
Lucas 22:3 nos dice que unos días antes del arresto de Jesús, “…entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce”. No pensemos erróneamente que Satanás tomó el control de Judas en una posesión irresistible. Se usa un lenguaje similar en 1 Crónicas 21:1 por un pecado que el Rey David cometió, pero posteriormente asumió total responsabilidad de lo que había hecho (1 Crónicas 21:8). Judas fue responsable en todo momento de sus hechos; puede que Satanás haya entrado en él, pero Judas le abrió la puerta por su codicia desenfrenada. También podría haber cambiado de opinión en los días posteriores a su acuerdo de entregar a Jesús a los judíos o haberse arrepentido después de su traición. En cambio, se entregó a la voluntad de Satanás y persistió en ella.
La estrategia de Satanás no requería un plan muy inteligente: le ofreció a Judas algunas monedas. ¡La cantidad ni siquiera era grande (Zacarías 11:13)! Claramente, el amor al dinero puede hacer que hagamos cosas locas. Arriesgamos todo lo que más valoramos si ignoramos la exhortación urgente de Jesús para librar nuestras vidas de toda forma de codicia (Lucas 12:15).
Seguramente Satanás se dio cuenta de cómo Judas alimentaba su avaricia con pasos más pequeños, poniendo en duda los regalos a Jesús y sustrayendo de la bolsa de dinero (Juan 12:4-6). Judas ya había cruzado las líneas sagradas y Satanás simplemente lo llevó un poco más lejos. De hecho, Satanás siempre nos llevará más lejos de lo que nos imaginamos que iríamos en nuestro pecado, hasta que nos encontremos en lugares profundos y oscuros. En este caso, Judas se encontró viviendo la triste advertencia de Proverbios 1:10-19. “Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores”.
–Brigham Eubanks