Un centurión era un oficial al mando de cien hombres en el ejército romano. Cuatro centuriones son especialmente notables en el Nuevo Testamento, y sus historias sirven de ilustraciones de los pasos que uno debe tomar para encontrar la salvación del pecado en Cristo. Estos soldados de Roma, entrenados para matar, muestran a los pecadores cómo ser salvos.
La fe y el centurión con el siervo enfermo (Mateo 8:5-13; Lucas 7:1-10)
El carácter de este hombre es notable. Era benevolente, amoroso, bueno y humilde (Lucas 7:2-7). Sin embargo, fue su fe lo que hizo que Jesús se maravillara (Lucas 7:7-9).
Los informes de los milagros de Jesús le convencieron de que Jesús podía sanar a su siervo. Siendo un hombre que obedecía y ejercía la autoridad, entendió que uno con autoridad simplemente tenía que mandar algo para que se hiciera. Si Jesús quería que su esclavo fuera sanado, todo lo que tenía que hacer era decir la palabra. A diferencia de otros (Juan 4:46-54; Juan 11:21,32), él sabía que Jesús no tenía que estar en presencia de aquel a quien sanó para sanarle. Como le dijo a Jesús que todo lo que tenía que hacer era dar la orden, Jesús se maravilló de su fe. La fe en la divinidad y autoridad de Jesús es la clase de fe que salva.
El arrepentimiento y Julio (Hechos 27)
Julio era un centurión a cargo del transporte de prisioneros a Roma en barco. Entre sus prisioneros estaba el apóstol Pablo, encarcelado por predicar el evangelio. Cuando su barco fue golpeado por una terrible tormenta, Julio reconoció que Pablo decía la verdad y que era responsable de salvar sus vidas (Hechos 27:9ss,21ss). Cuando el barco encalló en Malta, los soldados intentaron matar a los prisioneros, incluso a Pablo, para que no escaparan nadando hacia la orilla (Hechos 27:42-44). Dado que la pena por permitir que los prisioneros escaparan era la muerte (Hechos 12:19; 16:27-28), los guardias preferían matar a los prisioneros en lugar de correr el riesgo de que se escaparan.
Sin embargo, habiéndose convencido de que Pablo era un hombre de Dios, Julio se negó a permitir que los soldados mataran a Pablo o a cualquiera de los otros prisioneros. Pudo haber salvado sólo a Pablo, pero respetó la profecía de Pablo (Hechos 27:22). Julio se arriesgó la vida porque creyó a Pablo. Si los prisioneros hubieran escapado, este centurión probablemente habría sido ejecutado. Sin embargo, su respeto por Pablo era mayor que su miedo a la muerte. Por lo tanto, abandonó una práctica antigua y sensata. Se arrepintió porque todos deben arrepentirse al venir a Cristo. Deben abandonar su pasado viejo y mortal.
La confesión y el centurión que crucificó a Jesús (Mateo 27:54; Marcos 15:39; Lucas 23:46-47)
Este hombre fue responsable de imponer la muerte más ignominiosa y dolorosa a Jesús, pero seis horas después declaró que era el inocente Hijo de Dios. Había visto pruebas convincentes de esto. Se produjeron tres horas de oscuridad al mediodía (Lucas 23:44). Hubo un terremoto que partió las piedras (Mateo 27:50-54). Jesús no murió hablando como un hombre culpable; no proclamó su inocencia, ni maldijo a sus verdugos ni pidió ser vengado. Llamó a Dios “Padre” y se entregó a Él (Lucas 23:46). Probablemente estaba en su juicio y sabía de su reclamo como Hijo de Dios (Juan 19:7).
Al decir que Jesús no sólo era inocente, sino el Hijo de Dios en presencia de testigos, incluidos los enemigos de Jesús y los soldados, este centurión se arriesgó la vida. Dio a entender que había cometido un mal terrible al crucificar a Jesús (ver Hechos 2:23) y también estaba implicando a Pilato en un crimen, si no en un sacrilegio. Lo que dijo sobre Jesús también podría haber sido considerado como traicionero, ya que ningún hombre, excepto el emperador, debía ser considerado como divino. A menos que una persona esté lista para estar firme sin temor ni vergüenza y confesar al Jesús crucificado como el Hijo de Dios, no puede ser salvo (Mateo 10:32; Marcos 8:38).
El bautismo y Cornelio (Hechos 10:47-48)
Cuando le dijeron al centurión Cornelio que Pedro traería palabras de salvación, le escuchó con entusiasmo (Hechos 10:33; 11:14). Cuando Pedro predicó a Cornelio y a su familia y el Espíritu cayó sobre ellos, preguntó si alguien podía rechazar el agua para que fueran bautizados (Hechos 10:47). En lugar de suponer que ya estaban salvos, Pedro hizo esta pregunta, lo que implica que necesitaban ser bautizados para poder salvarse (cf. Marcos 16:16). Si ya estaba salvos, ¿por qué instó a que nadie se negara a bautizarlos?
Sin embargo, si el bautismo es esencial para la salvación, se entiende lo que dice Pedro. Nadie puede evitar que una persona crea, se arrepienta y confiese, ya que estos son actos mentales o verbales. Sólo el bautismo puede ser rechazado para aquellos que desean la salvación; es el único acto para el que dependen de los demás. Uno puede creer, arrepentirse y confesar sin el consentimiento de nadie, pero debe pedirle a otro que lo bautice (Hechos 8:36). Considerando la esencialidad del bautismo en el plan de salvación de Dios, entonces, no es sorprendente que Pedro “mandó bautizarles” (Hechos 10:48).
–Gary Eubanks (traducción: Brigham Eubanks)