Muchos niegan que Dios actúa como juez. Se lo imaginan como un abuelo benigno e indulgente cuyo perdón es tan automático que es prácticamente imposible hacerlo enojar. “Dios me acepta tal como soy”, insisten.
Incluso aquellos que protestan contra la corrección, diciendo: “¡Sólo Dios me puede juzgar!” seguramente deben confiar en un juicio divino muy tolerante o, de lo contrario, no podrían encontrar ningún consuelo en el pensamiento.
(1) La Biblia afirma que Dios es el juez supremo.
“Sólo hay un dador de la ley y juez, que es poderoso para salvar y para destruir”, dice Santiago 4:12 (LBLA) con respecto a Dios. Cualquier cantidad de versículos anuncian esta verdad con igual claridad.
De hecho, la doctrina del juicio fue la primera en ser negada. Satanás engañó a Eva, animándola a participar de lo que estaba prohibido, con estas palabras: “Ciertamente no moriréis” (Génesis 3:4, LBLA).
Por lo menos, una persona que se imagina a Dios como uno que deja de lado cualquier aplicación de sus leyes ha diseñado a su propio dios. Han hecho su propia religión; su convicción se basa en algo de su propia invención; adoran a un ídolo.
(2) El juicio de Dios es algo de lo que alegrarse, porque los impíos no triunfarán.
La víctima justa se regocija de que Dios enderezará los caminos que las personas malvadas han torcido. El Salmo 94 registra el consuelo que un hombre inocente sintió al recordar a su Dios vengador: “¿Quién se levantará por mí contra los malhechores? ¿Quién me defenderá de los que hacen iniquidad? Si el Señor no hubiera sido mi socorro, pronto habría habitado mi alma en el lugar del silencio” (Salmo 94:16-17, LBLA).
Aquellos que valoran la idea de un dios que simplemente hace la vista gorda al pecado han abandonado la expectativa de que los errores se corregirán. La justicia es una esperanza preciosa, demasiado preciosa para soltarla con tanta facilidad. ¿Qué podría motivar a alguien a querer prescindir del castigo de los malhechores?
(3) El juicio es más difícil de aceptar cuando nos damos cuenta de que nosotros también tenemos que rendir cuentas.
Retrocedemos con temor cuando nos damos cuenta de que nosotros también debemos comparecer ante el tribunal de Dios (2 Corintios 5:10). Es imposible sofocar nuestra conciencia que nos recuerda nuestros errores. De hecho, el evangelio comienza con un claro entendimiento de que cada uno de nosotros es culpable y expuesto a la condenación justa de Dios (Romanos 3:23).
¿Qué hará usted con este reconocimiento? Algunos optan por modificar su visión de Dios y desear que su ira sagrada desaparezca. Otros escuchan su palabra lo suficientemente para descubrir que la misericordia de Dios coincide con su juicio, y con creces (Salmo 103:8-12). El Señor es más que abundante en gracia y perdón. Pero su perdón se ofrece de acuerdo con sus términos, no según los nuestros. No nos atrevemos a suponer que habrá un despido frívolo de nuestros delitos. En su amor infinito, Dios dio la vida de su Hijo Jesús como rescate por nuestros pecados, y la justificación sólo se puede encontrar en él (Hechos 4:12).
–Brigham Eubanks