Una historia famosa en la Biblia muestra a Dios ordenando al patriarca Abraham: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto…” (Génesis 22:2). Este mandamiento sorprende al lector, antiguo o moderno, y ha atraído la burla de muchos escépticos. “¡Mira!”, dicen. “¿Qué clase de dios pide el sacrificio de un niño?”
¿Dios requirió el sacrificio humano?
Basta con decir que el Señor nunca tuvo la intención de que Abraham matara a Isaac, y en el momento crítico, cuando la fe y la obediencia de Abraham fueron totalmente evidentes, envió un ángel para evitar que se hiciera daño al niño. El sacrificio de niños es abominable para Dios, y lo expresa en los términos más enfáticos en Jeremías 32:35, donde a través del profeta Jeremías, condena esa práctica pagana: “edificaron lugares altos a Baal … para hacer pasar por el fuego sus hijos y sus hijas a Moloc; lo cual no les mandé, ni me vino al pensamiento que hiciesen esta abominación…”
La verdad está escondido en la aparente absurdidad
Aun sabiendo el final sin sangre, todavía nos podría costar comprender la extraña metodología de Dios. Abraham luchó con esta pregunta por una noche, pero se levantó temprano en la mañana para obedecer (Génesis 2:3) con plena convicción de que “la locura de Dios” (1 Corintios 1:25) es simplemente sabiduría que el hombre aún no ha comprendido. C.S. Lewis señaló una vez que no debemos rehuirnos de las acciones divinas u órdenes que se desvían de nuestras expectativas; de hecho, puede que sean la clave que necesitamos para entender las grandes verdades espirituales. Lewis declaró: “El hecho problemático, la aparente absurdidad … es precisamente la que no debemos ignorar. Diez a uno, es en ese matorral donde el zorro está al acecho” (Letters to Malcolm).
¿Fue bendecido Abraham por esta prueba?
Abraham, por su parte, concluyó que Dios simplemente resucitaría a Isaac de entre los muertos (Hebreos 11:17-19). Tal fe era una verdadera maravilla, considerando que antes de su tiempo nadie había resucitado de entre los muertos. El llamamiento de Dios a la devoción extrema, entonces, le permitió a Abraham vislumbrar por fe una realidad que nadie podría siquiera haber soñado.
Además, Dios estaba elevando a Abraham a las alturas de su propio amor divino. Quizás a nadie en la historia se le haya otorgado el reflejo del amor perfecto de Dios hasta este grado. Muchos siglos más tarde, en esa misma tierra (aquí llamada Moriah, más tarde Calvario), Dios pondría leña sobre la espalda de su Hijo, su único Hijo Jesús, a quien ama, y caminaría con él para ofrecerle por los pecados del mundo. Ningún ángel pararía esta ofrenda. Isaac, como siervo sacrificado, establece el patrón para la “semilla” elegida máxima.
Dios no necesita consultar con nosotros acerca de sus mandamientos para tener nuestra aprobación
En las palabras de Derek Kidner, “De Abraham, la exigente demanda evoca sólo el amor y la fe … La prueba, en lugar de quebrantarle, le lleva a la cima de su caminar de toda la vida con Dios” (Génesis, Introducción y Comentario). Y así consideramos nuestras propias pruebas. ¿Debemos obedecer sólo cuando las demandas de Dios tienen sentido para nosotros, son lo suficientemente convenientes, o no representan un riesgo de exponernos al ridículo del mundo? La completa certeza de Abraham en Dios es un modelo para todos nosotros.
–Brigham Eubanks