Aproximadamente cincuenta días después de la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo, los judíos de muchos países diferentes se reunieron en Jerusalén para celebrar el día de Pentecostés, o la “fiesta de las semanas”, como era comúnmente conocida (Éxodo 34:22; 2 Crónicas 8:13). Antes de este día, Jesús “se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndose [a los apóstoles] durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3).
Poco antes de su ascensión al cielo, Jesús prometió a sus apóstoles que recibirían poder cuando el Espíritu Santo viniera sobre ellos y que serían sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
Después del cumplimiento de esta promesa (Hechos 2:1-4), el apóstol Pedro tuvo la oportunidad de predicar el evangelio a los muchos judíos en Jerusalén que se habían reunido para celebrar la fiesta de las semanas. Hacia el final de su discurso, Pedro le dice a la multitud: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).
En los versículos que siguen, vemos que “al oír esto, conmovidos profundamente, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué haremos?’ Entonces Pedro les dijo: ‘Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados…’ (Hechos 2:37-38, NBLH).
Hechos 2:38 declara explícitamente que el propósito del bautismo (o inmersión en agua) es “para perdón de sus pecados”. Este bautismo debe efectuarse “en el nombre de Jesucristo” porque es el mismo bautismo autorizado u ordenado por el Señor mismo poco antes de ascender al cielo (Marcos 16:15-16; Mateo 28:19). De acuerdo con lo que Pedro le dijo a la multitud en el día de Pentecostés en Hechos 2, Ananías le dijo a Saulo de Tarso: “¿Por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).
Uno “invoca el nombre del Señor” y es “salvo” (Hechos 2:21) cuando se bautiza para este propósito (Hechos 2:38). Alrededor de tres mil almas en el día de Pentecostés invocaron el nombre del Señor de esta manera (Hechos 2:41) y, como resultado, fueron “salvos” (Hechos 2:47). Esta es exactamente la razón por la que Pedro dice: “El bautismo … ahora nos salva … por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21). ¡No hay poder milagroso en el agua! El bautismo “salva … por la resurrección de Jesucristo” cuando uno obedece “en el nombre de Jesucristo” (Hechos 2:38), es decir, en humilde sumisión a su autoridad.
–Jerry Falk