A veces me molesta ver que los ricos desperdician sus riquezas en actividades frívolas y egoístas cuando su dinero podría destinarse a fines mucho mejores, como apoyar la difusión del evangelio o ayudar a los pobres.
Sin embargo, hay un recurso mucho más valioso que los ricos y los pobres tienen en cantidades iguales, el cual, una vez gastado, no se puede volver a comprar por ningún precio: el tiempo. Desafortunadamente, la mayoría de las personas parecen haber pensado poco en cómo usar mejor su tiempo.
Como maestro de escuela intermedia, tengo muchas oportunidades de menear la cabeza ante la preferencia de los niños por actividades que no tienen ningún valor. Estos perdedores de tiempo infames han ido más allá de sólo invertir hora tras hora jugando videojuegos. ¡Ahora están bastante contentos de abrir YouTube y ver a otras personas jugar videojuegos!
Camina como sabio
Con la edad viene la sabiduría, o así se supone. Pero la sociedad nos presenta una visión de la vida que exalta el ocio egoísta hasta el final. El sueño de muchos es la jubilación anticipada para pasar el resto de sus días bebiendo vino y recogiendo conchas en la playa.
Las Escrituras instan: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:15-17).
¿Qué es lo que merece nuestro tiempo?
El Señor, entonces, nos aconseja que tratemos el tiempo como un bien valioso, dada su naturaleza limitada. Deténgase por un momento para considerar: ¿qué es lo que merece nuestra atención?
En un poema que invita a la reflexión, C.T. Studd nos recuerda repetidamente: “Sólo una vida, pronto pasará, Sólo lo que se haga por Cristo durará”. ¡Qué cierto! Las obras que perduren hasta la eternidad deben recibir la más alta prioridad en nuestras agendas. “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:16-17).
Persiga la voluntad del Señor y rechace las distracciones. Cuando el hombre justo, Nehemías, trató de servir a Dios al encabezar un esfuerzo por reconstruir los muros de Jerusalén, fue un enemigo el que intentó desviar su atención. Nehemías respondió resueltamente: “Yo estoy haciendo una gran obra y no puedo descender. ¿Por qué ha de detenerse la obra mientras la dejo y desciendo a vosotros?” (Nehemías 6:3, LBLA).
La excusa de muchos para no buscar al Señor es: “No tengo tiempo”. Los pensadores correctos saben que buscar al Señor es precisamente para lo que es el tiempo. Tener nuestras prioridades de programación tan invertidas deshonra a nuestro Creador y es indicación de un grave malentendido de nuestra propia naturaleza.
–Brigham Eubanks