Cuando usted mira el carbón y los diamantes, es difícil creer que exista alguna relación entre los dos. No sólo se ven muy diferentes, sino que también tienen propiedades muy diferentes. Excepto por la variedad brillante de antracita, el carbón normalmente es una roca sedimentaria negra o marrón-negra opaca. Por contraste, un diamante tallado por expertos no tiene igual en brillo y belleza.
El carbón se rompe fácilmente, mientras que un diamante es el material natural más duro conocido por el hombre. De hecho, el diamante recibe su nombre de la palabra griega “ADAMAS”, la cual significa “irrompible” o “indestructible”. Lo único que las dos piedras tienen en común es que ambas están compuestas de carbono. Es el arreglo de los átomos de carbono lo que hace que sean tan diferentes.
La alta temperatura, la alta presión y mucho tiempo hacen que el carbón experimente un cambio maravilloso. Una vez feo y sin brillo, el carbón se transforma en algo nuevo y diferente. Pasa de ser una roca sedimentaria oscura y opaca a una hermosa piedra preciosa translúcida. Antes de este cambio, tenía poco valor, pero ahora como un diamante se ha convertido en uno de los materiales más preciosos de la tierra.
Aplicación espiritual
Como pecadores espiritualmente muertos (Efesios 2:1) y enemigos de Dios (Romanos 5: 8-10), los seres humanos tienen muy poco de qué jactarse. Sin Cristo en nuestras vidas, somos oscuros y sin brillo. Si no fuera por el hecho de que hemos sido creados a la imagen espiritual de Dios (Génesis 1:27), no tendríamos ningún valor inherente en absoluto.
Tal vez con esto en mente, el salmista pregunta: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses, el hijo de hombre, para que lo estimes? El hombre es semejante a la vanidad; sus días son como la sombra que pasa” (Salmos 144:3-4). Job agrega: “¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y para que se justifique el nacido de mujer … que bebe la iniquidad como agua” (Job 15:14-16)?
Todos pueden ser transformados
A pesar de nuestra condición lamentable, podemos ser cambiados. Podemos experimentar una transformación maravillosa. Este cambio asombroso ocurre cuando uno obedece el evangelio (Hechos 2:38; Romanos 10:16; Hebreos 5: 9). Se perfecciona por la fidelidad continua en medio de las pruebas y el sufrimiento por la causa del evangelio (1 Pedro 1:6-7; Santiago 1:2-4, 12).
Al igual que el apóstol Pablo, nuestra verdadera belleza puede revelarse cuando permitimos que Cristo viva en nosotros (Gálatas 2:20). ¡Él puede convertir el carbón en diamante!