La Biblia no sólo afirma que Dios impulsó a ciertos individuos a “profetizar” o hablar en su nombre (2 Pedro 1:19-21), sino que a algunos también se les instruyó divinamente que llevaran un registro de este mensaje por escrito.
El libro mejor conservado de todos los tiempos
Hoy en día, el Nuevo Testamento “se ha conservado en más manuscritos que cualquier otra obra antigua de la literatura, con más de 5,800 manuscritos griegos completos o fragmentados catalogados, 10,000 manuscritos latinos y 9,300 manuscritos en otras lenguas antiguas, incluyendo siríaco, eslavo, gótico, etiópico, copto y armenio. Las fechas de estos manuscritos van desde cerca de 125 d.C. … hasta la introducción de la impresión en Alemania en el siglo XV” (traducido de https://en.wikipedia.org/wiki/Biblical_manuscript).
El resultado del mandato directo de Dios
Detrás de la proliferación de estas copias escritas a mano, está el mandato de Dios de que se escribiera su mensaje. Por ejemplo, al comienzo del libro de Apocalipsis, Jesús le dice a Juan: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas” (Apocalipsis 1:19). Hacia el final del libro, Dios instruye al apóstol: “Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:5).
El apóstol Pedro escribió: “También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas” (2 Pedro 1:15). Las dos cartas de Pedro se conocen comúnmente como “epístolas generales” porque no están dirigidas a ninguna iglesia en particular, sino a los cristianos que fueron dispersados en “el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” durante la persecución iniciada por el emperador romano Nerón (1 Pedro 1:1). Pedro iba a procurar “con diligencia” para que los cristianos dispersos en estas áreas siempre pudieran “tener memoria de estas cosas”. ¿Cómo? Mediante la reproducción y distribución de sus cartas.
Escrito, copiado y distribuido
Cuando Pedro escribió su segunda carta (alrededor del 67 dC), la mayoría de las veintisiete cartas o libros del Nuevo Testamento ya se habían completado. El apóstol Pablo escribió trece o catorce de estos libros, dependiendo de nuestro punto de vista de Hebreos. Referente a sus cartas, Pedro declara que “…nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas” (2 Pedro 3:15-16).
Pedro afirma que los destinatarios de sus epístolas generales, dispersos por todo el mundo antiguo, ya se habían familiarizado con las epístolas de Pablo. Indudablemente, esto se debía a que habían hecho copias y las habían distribuido entre las iglesias. Además, Pedro compara las cartas de Pablo con “otras escrituras” (2 Pedro 3:16), lo cual es una clara indicación de su naturaleza inspirada.
La práctica de los primeros cristianos
Los cristianos del primer siglo ya habían desarrollado la práctica de leer, copiar y distribuir estas cartas inspiradas entre las iglesias. En su carta a los colosenses, Pablo escribe: “Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros” (Colosenses 4:16). Además, cuando Pablo escribió su primera carta a los corintios, no solamente los tenía en mente a ellos, sino también a “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:2). Finalmente, la carta enviada a los cristianos en Antioquía, Siria y Cilicia (Hechos 15:23-29) se menciona más adelante en Hechos 21:25, aunque habían pasado varios meses o incluso años.
Dios ha transmitido su mensaje por escrito y ha animado a sus siervos fieles a hacer copias y distribuirlas para que podamos conocer su voluntad hoy en día. Él desea hablarte por medio de esta revelación. ¿Lo has leído?
–Jerry Falk