La infidelidad: Un problema muy grave
Jesús describió a algunos en su parábola del sembrador que recibirían la palabra pero no permanecerían fieles (Mateo 13:20-22). El Nuevo Testamento se refiere a, o profetiza, otras desviaciones de la fe (1 Timoteo 4:1; Hebreos 10:25; 2 Pedro 2:1-2).
No mantener el compromiso con Cristo es grave debido a sus consecuencias; no solo causará la pérdida del alma de uno, sino que otras muchas almas se perderán como resultado de la negligencia y mala influencia de los infieles.
La persona más traicionera en la que uno puede pensar es el adúltero. Sin embargo, la relación de uno con Cristo se describe en términos de la relación matrimonial (Romanos 7:1-4; Efesios 5:22-33) y la infidelidad a Dios o a Cristo se llama adulterio (Mateo 12:39; Santiago 4:4; Oseas 1:1-11; 2:1-23).
El paralelo entre el matrimonio y la relación espiritual
Este paralelo es revelador del intenso compromiso involucrado en ser un discípulo de Cristo. Ambas son relaciones permanentes de por vida (Romanos 7:1-4). La violación de cualquier pacto es muy grave (Santiago 4:4). Los infieles han incumplido el compromiso más solemne que hayan hecho.
Ambos implican la mayor intimidad: la unidad de entidades diferentes (1 Corintios 6:17). El discipulado, como el matrimonio, implica un compromiso y una confianza totales. El discípulo debe esforzarse por que su voluntad se someta a y coincida con la voluntad de Cristo (Filipenses 2:5).
En ambas relaciones, el hombre, o Cristo, debe amar a la mujer o a la iglesia (Efesios 5:25-30). Cristo es un proveedor inigualable e impecable y merece el amor del discípulo. En ambos casos, la mujer, o la iglesia, debe estar sujeta a su esposo o Cristo (Efesios 5:22-24). La sumisión es una parte integral del compromiso, y los infieles no están sujetos a Cristo.
No hay razón justificable para disolver la relación con Cristo, porque Él siempre es fiel. Es más sagrado que el vínculo matrimonial.
–Gary Eubanks