Conocimos por primera vez a Labán en Génesis 24, cuando el siervo de Abraham buscó una esposa para el hijo de su amo, Isaac. El Señor guió a este siervo a Rebeca, la hermana de Labán, y el sirviente la honró con varias piezas valiosas de joyería. Labán recibió al hombre con lujosas muestras de hospitalidad (Génesis 24:31-33). Sin embargo, desde el principio, nos lleva a preguntarnos si las acciones de Labán podrían estar motivadas por algo más mundano que el respeto a la voluntad de Dios, ya que el texto comparte un detalle sobre el primer interés de Labán: “Y sucedió que cuando él vio el anillo y los brazaletes en las manos de su hermana…” (Génesis 24:30, LBLA) Nuestras sospechas están casi confirmadas al ver nosotros el desarrollo del carácter de Labán en los años venideros. Su vida nos permitirá reflexionar sobre los medios y el fin del hombre codicioso, y así ser advertidos contra esta cualidad en nosotros mismos.
El hombre codicioso está dispuesto a engañar
Años después, Jacob buscó refugio en la tierra de Labán y se enamoró de la hija de Labán, Raquel. Jacob, en su fervor romántico, hizo una oferta extravagante por la mano de Raquel: “Te serviré siete años por Raquel, tu hija menor” (Génesis 29:18). Labán aceptó, seguramente tomando nota del entusiasmo de Jacob. Sin embargo, en la noche de bodas, Labán entregó en secreto a su hija mayor, Lea, a Jacob. Obviamente, esto fue un engaño cruel, pero Labán respondió fríamente a la queja de Jacob con una débil excusa y una demanda de siete años más de trabajo antes de concederle a Rachel también en matrimonio (Génesis 29:21-27).
Después de los 14 años de trabajo para las hijas de Labán, Jacob continuó como empleado de Labán durante seis años más. Más tarde, Jacob contó a sus esposas la experiencia que tuvo con este codicioso empleador: “Y vosotras sabéis que he servido a vuestro padre con todas mis fuerzas. No obstante vuestro padre me ha engañado, y ha cambiado mi salario diez veces; Dios, sin embargo, no le ha permitido perjudicarme. Si él decía: ‘Las moteadas serán tu salario’, entonces todo el rebaño paría moteadas; y si decía: ‘Las rayadas serán tu salario’, entonces todo el rebaño paría rayadas” (Génesis 31:6-8). Labán era un hombre codicioso, y nunca es una sorpresa cuando los hombres codiciosos engañan, estafan, retienen y roban para obtener una ventaja material (1 Timoteo 6:9-10).
El hombre codicioso terminará sin nada
La solución de Jacob fue huir de Labán, porque sabía que Labán intentaría de alguna manera justificar recuperar el ganado que era justamente el salario de Jacob (Génesis 31:42). Podríamos esperar que Leah y Raquel, por amor filial, se resistieran a esta táctica. Su respuesta, entonces, es especialmente reveladora: “¿Tenemos todavía nosotras parte o herencia alguna en la casa de nuestro padre? ¿No nos ha tratado como extranjeras? Pues nos ha vendido, y también ha consumido por completo el precio de nuestra compra” (Génesis 31:14-15). Labán había perdido mucho antes el respeto de su yerno, y ahora había perdido el afecto de su carne y sangre. Amaba el dinero más que sus relaciones más cercanas.
Irónicamente, Labán también perdió sus riquezas. Como hemos notado, cualquier tipo de animal que Labán designara como el salario de Jacob, ya fuera moteado o rayado, Dios se aseguró de que se reprodujera en abundancia. Jacob estaba en lo correcto cuando observó: “De esta manera Dios ha quitado el ganado a vuestro padre y me lo ha dado a mí” (Génesis 31:9). Incluso los hijos de Labán notaron la situación, aunque con maquinaciones maliciosas (Génesis 31:1). Labán era un tramposo y un ladrón, y apropiadamente, fue engañado y robado (Génesis 31:19-20). El hombre codicioso finalmente terminará sin nada, ni el amor de los demás, ni siquiera las posesiones por las que sacrificó ese amor. ¡Qué advertencia más fuerte contra el amor al dinero!
–Brigham Eubanks