El que vino a “proclamar libertad a los cautivos” (Lucas 4:18, LBLA) fue un predicador del arrepentimiento (Marcos 1:15). Algunos podrían considerar un llamado a abandonar el pecado y vivir rectamente como una especie de esclavitud opresiva, pero la verdad es que nuestras acciones malas son las que nos encadenan. ¡Jesús quiere liberarnos!
Aquí meditamos en un breve sermón de Jesús que nos llama al arrepentimiento.
“Juzgáis por vosotros mismos lo que es justo” (Lucas 12:57-59)
Jesús habla de un hombre en circunstancias terribles. Le debe mucho dinero a alguien. El demandante está a punto de presentar la queja ante el juez, quien seguramente impondrá una sentencia indefinida en la prisión del deudor. Sólo hay una cosa que hacer: humillarse y hacer todo lo posible para sentarse con su acusador antes de estar delante del tribunal y llegar a un acuerdo.
Esto no es un consejo legal. Jesús nos insta a aplicar la misma lógica a nuestra relación con Dios. Le debemos a Dios una obediencia amorosa, la cual no le hemos pagado. Nuestra deuda es inmensa, y no queremos de ninguna manera enfrentar al Juez divino y pagar por nuestros pecados. Sólo hay un remedio: admitir la culpa, postrarnos y reconciliarnos. ¡Ahora!
Peores pecadores (Lucas 13:1-5)
Algunos de los presentes en la multitud en esa ocasión reaccionaron de la misma manera que tendemos a pensar hoy en día. Escucharon un llamado al arrepentimiento ¡y supusieron que Jesús estaba hablando de otras personas! Mencionaron una tragedia reciente e implicaron que las víctimas debían haber sido terribles pecadores por sufrir un final tan vergonzoso. Nos parece reconfortante, de alguna manera, que hay algunas personas que hacen cosas peores que nosotros.
Jesús serrucha el piso a esta forma de pensar. Declara que las víctimas de esa tragedia no fueron peores que “todos los hombres” (Lucas 13:4). Somos pecadores, hasta el último, incluso si nuestros pecados no son los de los demás, y no necesitamos esperar a que una torre caiga sobre nuestras cabezas para que entendamos que tenemos que arrepentirnos. Algunos esperan hasta que ven el juicio inminente de Dios para pensar en su necesidad de reconciliación. Los perspicaces se dan cuenta de que están viviendo en un tiempo de paciencia, y que incluso si están experimentando abundancia y bendición, la misericordia de Dios los guía al arrepentimiento (Romanos 2:4).
Dar fruto (Lucas 13:6-9)
El factor decisivo en este poderoso mensaje sobre el arrepentimiento es una parábola. Jesús presenta una higuera que no ha producido higos año tras año, de modo que ninguno pudo estar en desacuerdo con la lógica del propietario de la viña cuando declara al jardinero: “Córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?” (Lucas 13:7) La higuera puede estar inmensamente agradecida por ese jardinero, ya que respondió con intercesión: “Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después” (Lucas 13:8-9).
La higuera somos usted y yo, el dueño de la viña es Dios y el viñador, Jesús. ¿Qué nos enseña esta parábola sobre el Hijo de Dios? Primero, donde otros (y quizás usted mismo) podrían decir: “¡Esta higuera no tiene remedio! Ha tenido suficientes oportunidades”, Jesús cree que realmente puede cambiar, de adentro hacia afuera, y producir frutos de acuerdo con el arrepentimiento. Segundo, Él intercede por usted, pidiendo un atraso en el juicio para darle cada oportunidad para salvarse. Lo desea fervientemente, porque dice: “Si diere fruto, bien”. Finalmente, se invierte personalmente en usted. Este viñador estaba dispuesto a trabajar duro y proporcionar las mejores ventajas a este árbol indigno.
Esa inversión personal, en realidad, significaba que el glorioso y divino Hijo de Dios vino al mundo para caminar en nuestro polvo y encontrarnos en nuestra debilidad. Significó no darse menos que a su propia persona (Efesios 5:2), muriendo en la cruz para proporcionarnos el rescate para que no tengamos que “[pagar] la última blanca” (Lucas 12:59) por nuestros pecados. ¡Qué gracia más maravillosa! Si rechazamos a este Ser en su perfecta paciencia y provisión, entonces no hay absolutamente nada que pueda llevar a nuestros corazones orgullosos y tercos al arrepentimiento. No tendríamos ninguna excusa en el juicio.
–Brigham Eubanks