Hace unos años, un buen amigo me dijo que tenía un problema con su casa. Cada vez que llovía, el agua entraba por un pequeño agujero en el techo. Me dijo, “No me gusta pensar en ello pero un día lo tendré que arreglar”. Sabía que el problema no iba a desaparecer simplemente por no pensar en ello.
Asimismo, que queramos pensar en ello o no, un día todos tendremos que dar cuenta de lo que hayamos hecho con nuestra vida aquí en la tierra. El apóstol Pablo dijo a los cristianos en Corinto, Grecia que “es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10). Este versículo da mucho que pensar, sobre todo cuando nos acordamos de todo el tiempo que hemos malgastado en cosas de poca importancia.
Un día, la tormenta más grande de toda la eternidad, el juicio final, probará la “casa” de cada uno para ver si se ha construido sobre las palabras de Cristo o sobre las tradiciones y sabiduría humana, opiniones y sentimientos (Mateo 15:1-9; Colosenses 2:8,23; Romanos 10:2-3).
Hablando de nuestra “casa” (o vida), al final de su “Sermón del Monte”, Jesús dice: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:24-27).
¿En qué condiciones está nuestra “casa”? Si tiene “agujeros”, el día de arreglarla es hoy (2 Corintios 6:2).