Si usted padeciera una enfermedad dolorosa y potencialmente mortal, ¿qué medidas estaría dispuesto a tomar para curarse? ¿Qué sucedería si se le pudiera garantizar una eliminación completa de la enfermedad de su cuerpo y una recuperación total? ¿Estaría dispuesto a hacer lo que fuera necesario para lograr este resultado? Creo que cualquier persona razonable diría: “Sí, ¡por supuesto que lo haría!”
En 2 Reyes 5, leemos acerca de un hombre llamado Naamán que era leproso. La lepra era una enfermedad muy terrible y dolorosa que se propagaba por todo el cuerpo y, a menudo, mataba a su víctima. Naamán viajó a Israel a la casa de Eliseo, el profeta de Dios, para ser sanado de su lepra. Eliseo le envió un mensaje diciendo: “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (2 Reyes 5:10).
Esas instrucciones suenan claras, sencillas y fáciles de cumplir, ¿verdad? Pero Naamán se enfureció porque el profeta no lo curó de su lepra como lo había previsto (2 Reyes 5:11). Además, creía que los ríos de su tierra eran mejores que todas las aguas de Israel. Él enojado le preguntó: “¿No pudiera yo lavarme en ellos y ser limpio?” (2 Reyes 5:12, LBLA)
Cuando se marchaba, “sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?” (2 Reyes 5:13)
Entonces, ¿qué estaría dispuesto usted a hacer para ser limpiado del pecado? Por mucho que valoremos nuestra vida física, ¡cuánto más debemos apreciar el alma eterna (Mateo 16:26)! Si el pecado no se elimina de nuestras vidas, estamos condenados eternamente (Juan 8:24; Romanos 6:23). Si el pecado no se elimina de acuerdo con las condiciones de Dios, pasaremos la eternidad en el infierno en lugar de en el cielo (Mateo 7:21-23).
Si Dios le dijera que haga “alguna gran cosa” para que sus pecados sean perdonados y reciba la recompensa eterna del cielo, ¿no lo haría? Una vez más, cualquier persona razonable respondería: “¡Sí, por supuesto que lo haría!” ¿Por qué, entonces, tantos se resisten a las instrucciones simples y claras de Jesús y sus apóstoles con respecto a la salvación?
“El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado” (Marcos 16:16). “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).
Afortunadamente, por el bien de Naamán se pudo razonar con él. Obedeció las instrucciones de Dios y fue limpiado (2 Reyes 5:14). ¿Qué de usted? ¿Se puede razonar con usted hablándole de las Escrituras? No se le está pidiendo que haga ninguna cosa grande ni difícil para ser salvo. Simplemente se le pide que obedezca las instrucciones del Señor para ser salvo por toda la eternidad (Juan 14:15; Hebreos 5:9). ¡No permita que el orgullo ni sus propios pensamientos impiden su salvación!
–Jesse Flowers