Conozco a un hermano que no se ha reunido regularmente con la iglesia casi desde que obedeció el evangelio hace más de veinticinco años. En varias ocasiones no sabíamos nada de él durante semanas y aun meses. Aún peor, nuestros esfuerzos para animarle a ser más fiel no produjeron ningún resultado notable.
Un día quiso hablar conmigo sobre lo que creía que era una de las causas de su infidelidad. Quizá yo pensaba que por fin se daba cuenta de lo que tenía que cambiar en su vida. Cual fue mi sorpresa, sin embargo, cuando lo primero que me dijo era que “la iglesia no me ama” o algo por el estilo.
En otra ocasión, una pareja de la misma congregación, que no asistía fielmente, dijo casi inmediatamente después de la adoración algo como: “En esta iglesia, no recibimos”. No se referían a dinero. Simplemente estaban afirmando que los hermanos no estaban satisfaciendo sus necesidades.
Del mismo modo, recientemente escribí una hermana que criticó al predicador de la iglesia donde ella antes se reunía. Alegaba que “sólo va tras el dinero” y que a los miembros no se les da nada.
En los tres casos, estos hermanos no se reunían fielmente pero, al mismo tiempo, pensaban que la iglesia local no les estaba satisfaciendo sus necesidades. La mentalidad de ellos parecía ser la misma: el predicador y los demás miembros necesitan demostrarnos cuánto nos aman. No obstante, exigían de los demás lo que ellos mismos no estaban dispuestos a dar.
John F. Kennedy, dijo en el día de su investidura presidencial: “No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”. He modificado un poco esta frase y a través de los años les he dicho a los hermanos: “No preguntes lo que LA IGLESIA puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por LA IGLESIA“.
No dudo que los miembros de la iglesia local tienen necesidades. Sin embargo, el propósito principal de las reuniones no es para que los demás “nos den algo”. La meta más importante cuando nos congregamos es conocer mejor a Dios y su voluntad (Jeremías 9:23-24; Juan 7:17).
Todo cristiano debe preguntarse:
¿Qué es lo que yo hago por los hermanos? (1 Juan 3:16)
¿Me congrego fielmente con la iglesia para estimular a mis hermanos “al amor y a las buenas obras”? (Hebreos 10:24-25)
¿Soy buen ejemplo para mis hermanos “en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”? (1 Timoteo 4:12)
¿Soy buen ejemplo para los del mundo? (Mateo 5:13-16)
¿Leo la palabra de Dios diariamente y me esfuerzo por ponerla en práctica en mi vida? (Hechos 17:11; 2 Timoteo 2:15; Romanos 2:21-23)
¿Soy diferente de los del mundo en cuanto a mis pensamientos, habla y acciones? (Colosenses 3:1-2; 1 Tesalonicenses 4:3,7; Colosenses 4:6)
¿Sirvo humildemente a Dios y los demás? (Marcos 10:45; Juan 13:13-15)
¿Recuerdo con frecuencia las palabras de Jesús: “Más bienaventurado es dar que recibir”? (Hechos 20:35)
Terminamos con el excelente ejemplo de los cristianos en Macedonia. ¡Estos hermanos eran muy pobres! No obstante, tenían un fuerte deseo de servir a otros más necesitados que ellos mismos. Acerca de estos siervos humildes y desinteresados, Pablo dice: “En grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (2 Corintios 8:2-5).
En medio de su “profunda pobreza”, los macedonios encontraron la forma de servir a sus hermanos y estimarlos como más importantes que ellos mismos (Filipenses 2:3). La clave de su éxito consiste en que “a sí mismos se dieron primeramente al Señor”. Estos hermanos pobres y humildes no pensaban “¿qué es lo que la iglesia puede hacer por mí?” sino “¿qué es lo que yo puedo hacer por la iglesia”?
¡Que Dios nos ayude a seguir su ejemplo!
–Jerry Falk