En el primer capítulo de su evangelio, el apóstol Juan se refiere a Jesús como “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1:9). Aunque el mundo por él fue hecho, “el mundo no le conoció” (Juan 1:10). Jesús incluso fue rechazado por muchos de su propio pueblo, la nación judía (Juan 1:11).
¿Cómo responderá la gente?
Como la luna refleja la luz del sol, nosotros hemos de reflejar la luz de Cristo en nuestras vidas (Mateo 5:16). Pero, ¿cómo responderá la gente al escuchar la verdad que predicamos?
Algunos la aceptarán con gozo. Sin embargo, la luz es muy brillante y a los que están acostumbrados a las tinieblas les costará abrirse los ojos. Duele cuando alguien entra en nuestra habitación durante la noche y prende la luz. La sensibilidad de nuestros ojos a la luz nos hace querer buscar refugio bajo la manta. De igual manera, los que duermen en sus pecados, rehusando despertarse, evitan exponer sus vidas a la luz de la verdad enseñada por Cristo en el Nuevo Testamento.
Dos actitudes hacia la luz
“Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios” (Juan 3:19-21).
Por lo tanto, compartir el mismo mensaje con la gente resultará en una de dos reacciones: algunos lo aceptarán; otros no. El problema no es con el sol (el mensaje de Cristo) ni con la luna (los fieles que lo predican) sino con la condición del corazón de los que lo oyen.
¿Cuál es su reacción a la luz del evangelio?
–Brigham Eubanks