Jamás olvidaré una conversación que tuve con un hombre en Sevilla, España que solicitó una Biblia gratuita. Varias semanas antes, distribuimos miles de tarjetas postales mientras intentábamos ponernos en contacto con los que buscaban la verdad. Las postales tenían tres preguntas sencillas relacionadas con la Biblia. Animamos a los interesados a responder a las preguntas y enviarnos la tarjeta para recibir una copia gratuita del Nuevo Testamento. El hecho de que este señor pidió una Biblia indicaba su deseo de aprender más acerca de la palabra de Dios. O así pensaba yo.
Como la mayoría de los sevillanos, me dio una bienvenida calurosa y nuestra conversación fue cordial. Sin embargo, cuando le invité a investigar las Escrituras conmigo, respondió: “Habla con mi esposa. Ella es la encargada de la religión en mi familia”. Por muy amable que hubiera sido, aparentemente no creía que él fuera personalmente responsable ante Dios. A su parecer, su esposa era la única de su familia a la que se le haría responsable por las creencias religiosas de los demás miembros de la familia.
Muchos intentan echar la culpa a otros
Los seres humanos tienen una larga historia de evadir la responsabilidad personal empezando con el Huerto del Edén. Cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, Adán echó la culpa a la mujer y Eva culpó a Satanás por haberla engañado (Génesis 3:12-13).
Miles de años más tarde, Poncio Pilato llegó a la conclusión de que Jesús de Nazaret no había hecho “nada digno de muerte” (Lucas 23:15). Sin embargo, su conclusión no impidió que el gentío exigiera que el Señor fuera crucificado. Como respuesta, Pilato “tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros” (Mateo 27:24). La idea de sus palabras parece ser: “No tengo la culpa de la muerte de este hombre. Es VUESTRA responsabilidad”!
Dios hace responsable a cada individuo
Por contraste, la palabra de Dios enseña claramente en múltiples pasajes que cada uno es responsable de su propia salvación o perdición.
Por ejemplo, el profeta Ezequiel del Antiguo Testamento recordó a los judíos de su época que “ningún hijo cargará con la culpa de su padre, ni ningún padre con la del hijo: al justo se le pagará con justicia y al malvado se le pagará con maldad” (Ezequiel 18:20, NVI). No podemos heredar los pecados ni la justicia de los demás. Cada uno será justo ante Dios a causa de su propia justicia o malvado debido a su propia maldad.
La salvación es una decisión personal
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo enfatiza la importancia de la responsabilidad personal cuando dice a los cristianos en Filipos: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Tal vez creían, como el hombre en Sevilla, que otros eran responsables de su salvación. Si es así, ¡estaban equivocados!
La necesidad de oír el evangelio (Romanos 10:17), creer en Cristo (Juan 8:24), arrepentirse (Hechos 17:30), confesar fe en Jesús como el Hijo de Dios (Lucas 12:8; Romanos 10:10), ser bautizado para el perdón de los pecados (Hechos 2:38; 22:16) y perseverar en las enseñanzas de Cristo (1 Corintios 15:1-2) es asunto personal. Nadie puede ser “el encargado” de nuestra fidelidad a Dios. La responsabilidad es nuestra.
–Jerry Falk