Los programas de televisión sobre la restauración se han vuelto populares en los últimos años. Ya sea que se trate de muebles antiguos, autos antiguos o casas antiguas, nos encanta ver que los productos oxidados y desgastados recuperen su antigua gloria.
El proceso, por supuesto, requiere conocimiento, habilidad y esfuerzo. Los planos originales tienen que ser investigados cuidadosamente, o si no las fotos antiguas deben examinarse en profundidad. Puede que tengan que quitar varias capas de pintura. Las partes dañadas deben ser reparadas. Las piezas originales son esenciales, incluso si son raras y difíciles de encontrar. Aun así, algunos realizan este trabajo con amor, sabiendo que vale la pena devolver el producto original a la vida.
Restauración e innovación.
Otros, sin embargo, no están de acuerdo. ¿Por qué molestarte con cosas viejas, cuando puedes hacer algo nuevo, brillante y adaptado a la vida moderna? Nuestra generación, obsesionada con el rápido progreso de la tecnología, está adiestrada para despreciar todo lo antiguo como necesariamente inferior y obsoleto.
¿Qué forma de pensar quiere Dios que tengamos en cuanto a su iglesia? ¿Debe el Camino ser modificado para adaptarse a los caprichos de cada generación? ¿O espera Dios una cuidadosa preservación de los principios y prácticas originales enseñados por los apóstoles y profetas inspirados por el Espíritu? Ambas filosofías están presentes en la “cristiandad” del siglo XXI. Si un cristiano del primer siglo entrase en las asambleas de algunas iglesias, podría encontrar muy poco que sea reconocible. ¿Esto es malo?
El Nuevo Testamento y la restauración
Varios pasajes del Nuevo Testamento indican que esto es, de hecho, malo. Pablo, hacia el final de su vida, se preocupaba mucho para que “la norma de las palabras sanas” (2 Timoteo 1:13, LBLA) se transmitiera sin las alteraciones que ya estaba presenciando en su propia vida. Solemnemente ordenó a un evangelista más joven, Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2). Nótese que Pablo prevé, incluyéndose a sí mismo, que cuatro generaciones de maestros pasaran la norma de manera perpetua. La característica que los califica para el trabajo es la fidelidad, no la innovación, la creatividad ni un sentido de lo que es popular. La fidelidad nos prepara para defender la doctrina contra el cambio, ya sea una evolución lenta o cambios repentinos, y para volver continuamente a esa norma (o patrón) que Pablo enseñó.
El apóstol Juan estuvo de acuerdo con este principio: “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (1 Juan 2:24).
Finalmente, el profeta Judas declaró: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3). La fe se refiere a un sistema de enseñanza, ¡y vale la pena contender por ella!
Un llamamiento a restaurar
El evangelio trata de un Dios inmutable y de las necesidades eternas y universales del alma. ¡Seríamos necios si pensáramos que las ideas humanas nuevas podrían mejorarlo! Si así es el caso, entonces trabajemos con entusiamo en la tarea de eliminar las adiciones y cambios hechos por el hombre y restaurar la iglesia a su plan original. Que las creencias, prácticas y actitudes sobre las que leemos en el Nuevo Testamento estén vivas en nosotros.
–Brigham Eubanks