En 1987, tuve el privilegio de visitar la República Dominicana y Puerto Rico por primera vez con el hermano Gardner Hall. Varias iglesias le habían invitado a hablar y yo le acompañaba a todos los sitios.
“La religión de Cristo es una religión de odio”
Cuando llegó el momento de presentar su lección a una de las congregaciones, Gardner pasó al frente y exclamó: “Hermanos, la religión de Cristo es una religión de odio”. En aquel tiempo, yo no entendía muy bien el español, ¡pero entendí eso! Recuerdo haber visto la expresión de asombro o perplejidad en las caras de algunos hermanos sentados en los bancos. A lo mejor estaban pensando para sí: ¿qué podrá decir Gardner ahora para arreglar este comentario?
No tuvo que arreglar nada. Hay algo que los seguidores de Cristo tienen que odiar con todo su ser. Salmos 97:10 dice: “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal”. Los que aman a un Dios justo tienen que detestar todo lo que vaya en contra de su naturaleza y su voluntad. ¡Tienen que odiar el pecado!
Sólo Dios puede definir el bien y el mal
Por contraste, muchos hoy en día defienden diferentes prácticas pecaminosas afirmando que tienen “libertad” para participar en ellas. Sin embargo, la autorización legal de una corte humana no garantiza que tales prácticas tengan la aprobación de Dios. Los jueces falibles de la tierra no son capaces de definir perfectamente la diferencia entre el bien y el mal porque están sujetos a las mismas debilidades que todos los demás. Para saber distinguir entre los dos, necesitamos la ayuda de un estándar mas grande que nosotros mismos. Sólo a través de una revelación infalible de Dios es posible saber verdaderamente la diferencia entre el bien y el mal (1 Corintios 2:9-11; 2 Timoteo 3:16-17).
Odiar el mal como Dios lo odia
Quizá la razón principal por la cual es necesario aborrecer el mal es porque Dios lo odia. Por ejemplo, el escritor de Proverbios enumera siete cosas que Dios detesta: “los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6:16-19). Esto no es una lista completa pero nos da una buena idea de lo que Dios opina sobre el pecado. Véase también Zacarías 8:17 y Romanos 1:18-32.
“Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él?” (1 Juan 1:5). Es completamente libre de todo mal. Asimismo, Jesús odiaba tanto el pecado que durante su vida terrenal no pecó ni una sola vez (Isaías 53:9; Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).
En Juan 14:30, Jesús afirmó que Satanás no tenía “nada” en él. Lo que quería decir con esto es que el diablo no tenía ningún poder sobre él… ni siquiera en su muerte. ¿Cuánto más nosotros deberíamos odiar el pecado y estar libres de su influencia maligna en esta vida?
–Jerry Falk