“De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:11-13).
Hay una contestación sencilla a los que nos acusan de ser necios por poner nuestra confianza plenamente en la Biblia, aun en los casos en que hay un conflicto entre ella y lo que los científicos, eruditos o filósofos tienen como hecho. “¿Cómo puedes creer en lo que la Biblia dice y rechazar todo lo demás?” nos preguntan. Podríamos contestarles: “¿Y cómo pueden ustedes creer en lo que dicen los hombres?”
Los hombres conjeturan con mucha audacia acerca de cosas mucho más allá de su comprensión. Piensan poder discernir cómo empezó el universo, imaginar cómo es lo divino y crear un propósito para el hombre… ¡todo por sus propios métodos humanos! Por contraste, Jesús dijo que el único capaz de hablar de manera informada acerca de lo celestial es el que ha estado en el cielo y que ha descendido a la tierra (Juan 3:11-13). Lo finito no es experto en lo infinito.
Pablo también testificó que las herramientas disponibles a los seres humanos no son suficientes para descubrir los misterios divinos (1 Corintios 1:21-25). “Las cosas que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9, LBLA) no se pueden percibir con los únicos medios a nuestro alcance: el oído, el ojo, y los sentimientos del corazón. El hombre natural confía en estas cosas, pero “no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Sólo el hombre espiritual, el que recibe lo que el Espíritu enseña por medio de la palabra (1 Corintios 2:10-13), puede comprender los misterios divinos.
Hemos tomado una decisión racional al confiar en la revelación de Dios en vez de en las afirmaciones vanas de los que piensan ser grandes y sabios. ¿De otra manera, cómo podemos esperar entender “la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos” (1 Corintios 2:7) por medio del supuesto conocimiento de los que son “de este siglo” (1 Corintios 2:6), aunque sean grandes entre sus compañeros? No tenga miedo de estar en desacuerdo con los famosos, los inteligentes o los poderosos de este mundo.
–Brigham Eubanks