Un caso hipotético
Imagínese el siguiente suceso…
Con gran dolor, nuestros seres queridos y mejores amigos entran por la puerta del cementerio. Aún no son capaces de creerlo. “¿Cómo es posible esto?” se preguntan. “Estaba bien un día y el siguiente se nos fue. ¿Cómo es que murió tan inesperadamente?”
Al llegar a la tumba, donde enterrarán a su querido amigo (o amiga), hallan estas palabras escritas en la lápida: “Aquí descansan los restos mortales de (nombre de usted)”.
Un tema evitado
Quizá los jóvenes piensen que esta ilustración no se aplica a ellos porque creen que tienen una larga vida por delante. Hasta los ancianos a veces intentan evitar el tema, diciendo con mucha confianza que se preocuparán por ello “cuando les toque”. La verdad es que a nadie le gusta hablar de la muerte. Sin embargo, tarde o temprano, es algo que todos tendremos que experimentar.
Se calcula que alrededor de sesenta millones de personas mueren cada año en el mundo. Este número, el cual no incluye a los niños abortados, equivale a aproximadamente dos personas por segundo. Cuando usted termine de leer esta breve reflexión bíblica, unas 320 personas habrán abandonado esta vida.
Uno podría decir que los que quedan vivos en la tierra son un grupo mucho más grande. No obstante, ellos también tienen los días contados. De hecho, los científicos dicen que al cumplir los veinticinco años, todos empezamos a morir diariamente. Afirman que a partir de esta edad las células de nuestro cuerpo no regeneran como cuando éramos más jóvenes.
La Biblia no se anda con rodeos
En cuanto a la realidad de la muerte, el apóstol Pablo también dice sin rodeos que “nuestro hombre exterior se va desgastando” (2 Corintios 4:16). Santiago, otro escritor del Nuevo Testamento, nos pregunta: “¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece” (Santiago 4:14, NVI). Job 14:1-2 dice: “El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece”. La muerte es inevitable.
Sin embargo, ¡no dejaremos de existir en la tumba! Jesucristo promete que “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz” (Juan 5:28-29) y sólo los que hayan obedecido la voluntad de Dios podrán entrar en el reino de los cielos (Mateo 7:21; Hebreos 5:9).
¿Está usted preparado para este día?
–Jerry Falk