Un día, mientras vivía en Sevilla, España, llamaron a mi puerta. Fueron dos “testigos de Jehová”, una joven y una señora de más edad. Hablamos de varios temas. Durante nuestra conversación cordial, hice la declaración sencilla y muy obvia (para los que conocen las Escrituras) de que “Dios quiso que su Hijo muriera por nosotros”. Cual fue mi sorpresa cuando una de ellas respondió: “¡Usted tiene un concepto muy cruel de Dios!”
Una comprensión distorsionada de la misión terrenal de Jesús
Algunos, como estas “testigos”, afirman que Jesús vino al mundo para establecer un reino terrenal (Plan A). Puesto que no tuvo éxito, dejó la iglesia en su lugar como un sustituto temporal (Plan B). Al parecer, piensan que Jesús no pudo llevar a cabo esta misión porque los judíos eran rebeldes y le crucificaron. Hasta incluso una de las mujeres que llamó a mi puerta pensaba que, en realidad, el Padre no quiso que su Hijo muriera por el hombre pecador.
El plan de Dios para Jesús
Existen varios problemas con la forma de pensar de estas dos mujeres. En primer lugar, Dios sí quiso que Jesús diera su vida por nosotros… ¡aun antes de que llegara a la tierra! El escritor inspirado Lucas nos dice que la muerte de Jesús ocurrió según el “determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23; cf. 4:26-28).
En segundo lugar, Jesús no vino a la tierra para establecer un reino terrenal sino uno que es espiritual (Juan 18:36). Como prueba de esto, vemos en el evangelio de Juan como algunos judíos quisieron “apoderarse de él y hacerle rey”; no obstante, el Señor “volvió a retirarse al monte él solo” (Juan 6:14-15). Este no es el tipo de comportamiento que esperaríamos de alguien que quisiera ser rey terrenal.
Además, al morir por el hombre pecador, Jesús entró en el verdadero Lugar Santísimo (es decir, el cielo, Hebreos 4:14; 9:12), después de haber derramado no la sangre de un animal sino su propia sangre, y se sentó a la diestra de Dios en cumplimiento de la promesa hecha al rey David de que el Mesías se sentaría sobre su trono (2 Samuel 7:12-13; Hechos 2:29-30).
Misión cumplida
Jesús esta reinando ahora y los que pertenecen a su iglesia (Mateo 16:18) son los súbditos del reino de Dios (Colosenses 1:13). El apóstol Pedro se refiere a lo que la gente en el día de Pentecostés pudo ver (“lenguas repartidas, como de fuego”, Hechos 2:3) y oír (hablaron en “otras lenguas”, Hechos 2:4) como evidencia de que Jesús había recibido la promesa hecha a David de que alguien se sentaría sobre su trono y que lo afirmaría para siempre (Hechos 2:33).
La iglesia no es, como alegan algunos, un sustituto temporal de un reino terrenal. La multiforme sabiduría de Dios se da a conocer por medio de la iglesia “conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 3:10-11). La iglesia, así como la muerte de Jesús, siempre ha sido parte del plan de redención. ¡Gloria a Dios por haber llevado a cabo su plan tal como él quiso!
¡La misión de Jesús fue un éxito rotundo! Por último, la idea de que Dios quiso que su Hijo muriera por nosotros es demostración no de su crueldad sino de su amor (Romanos 5:8; Juan 3:16).
–Jerry Falk